lunes, 8 de noviembre de 2010

De mi lugar y el suyo...

Mientras todos conversaban de sus cosas él los observaba, absorto en una gran duda que se le presentó hacía no mas de un mes. Los miraba y trataba de entender que hacían ahí, rodeándolo, haciendo de cuenta que lo quieren, que él significa algo para ellos. Los veía discutir, gritar, llorar, reír, conversar, juzgar. ¡Cuanto juzgaban! ¡Y cómo! Si no los conociera bien, diría que son mala gente; y ya hasta de esa certeza dudaba. Se miraba a si mismo, miraba y trataba de ubicar, no solo el lugar que ellos ocupaban en su vida sino también el que él ocupaba en la de todos ellos. Todos ellos como grupo, cada uno por separado; y la respuesta era la misma: un florero. Un objeto ornamental. Eso era. Un lindo florero, que adorna una mesa, donde todos discuten sobre la vida de los demás para escaparse de los problemas propios. ¡Que asqueroso! ¡Que indecente! No, que inhumano. Inhumano era la palabra. O tal vez, mas triste aun, ¡que humano! ¡que clásico!
"¿Es acá donde querés estar?" Retumbaba en su mente cual filosa navaja, despuntando una jaqueca insoportable. "La respuesta es que sí, eso lo sé bien. Lo que no se es si acá es donde tengo que estar". La respuesta era peor que la pregunta, no solo no contestaba contundentemente sino que también abría un interrogante peor.
De pronto, un momento epifanico, una respuesta que siempre estuvo ahí surgió. Siempre estuvo presente, pero nunca sirvió para contestar ninguna pregunta. ¿Será que siempre hacía la pregunta errada a propósito o era todo una casualidad filosófica? Asi, de repente, de sopeton y sin avisar la respuesta resultó obvia. Si la pregunta es tan concreta y su respuesta no es tenaz, probablemente no era ese el lugar, no era ese SU lugar, no era esa su gente.
Se levantó, tomó la decisión enseguida. Todos hicieron silencio ante lo repentino de su accionar y voltearon a mirarlo. Le causó gracia que le prestarán atención cuando hay algo irregular en él pero no en su cotidianidad. "Me voy", dijo. Sin mas explicación encaró la puerta. Antes de llegar, uno de ellos se interpuso entre el afuera y él, exigiendo explicaciones. "Ya no soporto no ser por pertenecer, no me aman por quien pretendo ser ni por quien soy."
Y contra toda predicción, ellos entendieron y lo liberaron. Mientras caminaba recordó con cariño lo bueno de eso tan malo, valoró el aprendizaje y continuó caminando. Eterno caminante, eterno soñador, eternamente libre.

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