martes, 28 de septiembre de 2010

La inoportunidad...

Es fija que cuando te estas bañando, te van a llamar por teléfono. Fija que cuando llega la parte mas terrorífica de la película, alguien prende la luz. Siempre hay alguien que sabe el chiste que le estas contando, es fija que te cague el chiste cuando estas a la mitad del relato. Siempre está esa foto en tu casa, esa foto que tu vieja guardo y reveló, esa foto humillante, esa en la que te faltaba una de las paletas y sonreíste como nunca; esa en la que estas actuando de algún prócer de vestimentas cartulinadas. La fija es que SIEMPRE hay una fija. Y la fija es, por excelencia, inoportuna.
Las inoportunidades están acá y allá, en todas partes. Pintan nuestra vida de colores chillones que, nosotros los "discretos", preferiríamos en otro tono, uno menos embarazoso. Son remeras del pasado que nos hacían ingenuos, valientes, intrépidos, raros... felices lisa y llanamente. Después de un tiempo el "chillón" no pega con las zapatillas, la ingenuidad no nos da de comer y lo raro, lo alternativo, no combina con los otros, los que nos rodean; y abandonamos la inoportunidad.
Claro que lo hacemos sin notificarla. Por eso vuelve, retorna del pasado como un recuerdo sometido a represión y se cuelga en la puerta de la heladera, o se pone en un retrato en la mesa de adornos del living de tu casa, o aparece mágicamente colgada en la cabecera de la cama.

Por las inoportunidades, fijas recordables   :)

domingo, 26 de septiembre de 2010

Elegir estar...

Estoy acá y estoy por algo, no estoy de adorno, no soy una planta; y si lo fuera te informo que tu agua hace tiempo no me riega. Estoy porque elijo estar y no podrás decir jamas que no lo dejo en claro, porque lo repito cada día. Lo repito en mis acciones, porque no me gusta hablar de estas cosas, a veces las palabras no alcanzan. Lo repito en mi incondicionalidad, que no es un tácito, porque a mi no me gustan los tácitos. El tácito es una manera sutil de olvidarte de mi y yo soy mucho mas que un recuerdo para que me tires al olvido. Te informo que soy persona y hasta que no me muera no me transformaré jamas en un recuerdo. Estoy acá, estoy vivo, se lo que quiero y ya no se si quiero estar acá sentado, tomando mate con tus tácitos, charlando con tus caprichos, abrazado con la esperanza de que algún día te ilumines, te des cuenta. Estoy acá, no se por cuanto. Hoy estoy, porque el ayer no me empujo lo suficientemente al hartazgo. Sigo estando porque elijo seguir estando, pero incluso ahí hay un problema. Lo que antes era "estoy" ahora es "sigo estando", lo que antes ERA (y punto) hoy ES (y necesita aclaración de que sigue siendo).
Mañana, esperemos que quiera elegirte, porque te aseguro que la charla con tus tácitos silenciosos no es ninguna diversión.

martes, 7 de septiembre de 2010

De soles y estrellas...

Solemos muy a menudo en nuestra vida levantar la mirada al cielo y observar con ahínco al conjunto de cúmulos de materia en estado de plasma que están en un continuo proceso de colapso, las estrellas. Nos resultan fascinantes, atractivas, seductoras, hermosas, pequeños pedazos de una realidad lejana y cercana a la vez, diminutos trozos de luz surcando infinitamente el cielo ennegrecido de la noche, mínimas porciones de la belleza del universo, las pequeñas hijas de las galaxias, todas hermanas y primas entre si, todas sentadas devolviéndonos la mirada desde millones y millones de lugares. Ahí es cuando a mi me gustaría saber si somos realmente nosotros los que las miramos o si, por el contrario, somos objeto de la observación estelar. Por el contrario, jamás nos detenemos a ver el Sol. De hecho, muchas veces él nos obliga a mirarlo a la cara, y nosotros corremos la mirada, o lucimos unos lindos anteojos oscuros para opacar su luz. De niños tal vez le caíamos mejor al Sol, cuando solíamos probar cuanto tiempo aguantamos viéndole directo a los ojos, encandilándonos. En ese momento el Sol, sumido en un espiral de éxtasis, brillaba con más fuerza, halagado de que por unos segundos nuestra atención le pertenecía. A medida que crecemos, dejamos estas cosas atrás y desarrollamos una devoción mas grande por el bronceador y los lentes de sol, él se vuelve esquivo y se consuela con que otros niños volverán a retarse a si mismos a verlo nuevamente a los ojos. Y así, baila la Tierra frente a él, brindándole la mirada de otros miles de niños y la indiferencia de millones de adultos. La frustración mas grande del Sol para con nosotros radica en el hecho de que no lo vemos como lo que es. Es la estrella mas grande (o mas bien la mas cercana) y por eso brilla tanto para nosotros; pero ello no le quita su status de estrella. Su frustración radica entonces en los celos; él es una estrella, sin embargo la única a la que no dedicamos ni dos segundos para verla. El Sol ve como nosotros observamos casi idiotas la belleza de las millones de hermanas que posee muy alto en el cielo, pero no entiende como él, siendo una estrella también, no merece siquiera la mínima intención de querer verlo. Entonces, aparte de los celos, el Sol es muy egocéntrico. Sabe que no es el mas grande pero a la vez cree que nosotros no sabemos que el no lo es. No solo eso, siendo el que mas brilla a nuestros ojos, es un golpe a su frivolidad el hecho de que no le dediquemos nuestras miradas. Pensemos en nosotros mismos ahora. Desde la humilde opinión de este psicólogo barato es muy fácil ver como todos somos, tal como el Sol, soles y estrellas a la vez. A diferencia del Sol, condenado a no ser visto por la cercanía a la Tierra, nosotros controlamos nuestro brillo y, de esa manera, controlamos a quienes nos dedican miradas furtivas. Suele pasarnos que somos estrellas únicamente cuando nos queremos mostrar, cuando queremos que el resto sacie nuestro deseo de admiración, nuestro ego; cuando queremos que nos noten. Ahí, en esos momentos, somos estrellas en el cielo nocturno. Nos dejamos ver, brillamos de manera hermosa y aun así visible. Dejamos que el mundo nos admire, nos cele, piense en nosotros, pidan deseos a nuestro ser. Nos dejamos observar, estudiar. Somos vanidosos, frívolos, tontos y grandes actores, personajes eternos. Por el contrario, hay partes de nuestro propio ser que no queremos develar, porciones de nuestra persona de las que no nos enorgullecemos, pequeñas o enormes características que nos provocan rubor. Para ocultar esto, nos volvemos soles. Empezamos a brillar por demás, a propósito, para que el resto baje la mirada, queremos que dejen de mirarnos, para que no puedan vernos. Nadie podrá saber quien eres si solo ve eso que es hermoso en ti. Aquello que te causa vergüenza es tan parte de ti como lo que no, no es justo que le niegues tu entereza al mundo, pues es lo mismo que mentirle. Y aun así, somos tan histéricos, celosos y vanidosos como el Sol; pues una vez que hemos comenzado a brillar enceguecedoramente nos vemos sometidos a ver como todo el resto del mundo que antes, cuando estrellas, nos miraban; ahora corren la mirada hacia otras estrellas que si se dejan ver, y los celos nos carcomen. Vivimos entonces los seres humanos entre los celos y la vanidad; entre la luz de la noche y la luz del día; vivimos siendo hermosas estrellas y miedosos soles.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Los Infelices

Ignorantes de como ser felices, desesperados por serlo, coaccionados por las expectativas de la colectividad ajena a ellos, reprimidos por estándares arbitrarios, marchan por la tierra los infelices. Hundidos en la mas dolorosa de las tristezas, dicen estar en busca de una sonrisa que decida ser huésped permanente de sus vidas. Dicen tener ambiciones reales, deseos profundos, pero todo es una alegoría. No se conciben como un ser si no están tristes o enojados, la queja cual espada en su mano, para luchar contra la realidad. Crecen y se dan cuenta que la tristeza es para los niños, que los adultos son tristes crónicos, y se embarcan camino a la depresión. El enojo, asimismo, pronto muta horriblemente en ira.
Es entonces cuando el infeliz se vuelve peligroso. Ya no se escucha su queja lastimera y constante, ya no se lo ve dramatizandolo todo, ya no golpea prepotente tu puerta rogando por consejos que no va a escuchar. Cuando el infeliz se vuelve adulto, la tristeza vuelta depresión le debilita el alma, y el enojo mutado en ira se la devora mientras el gastaba su tiempo cuestiones efimeras y consumía su corazón en amores desencontrados. Ahora ya no busca felicidad, ya no busca afecto, ya no busca amor ni comprensión. Ya no busca pasión, no busca un sueño. Ya no busca esperanzas, no busca armonía, no busca un destino ni compañía, no busca horizontes ni la verdad. Cuando el infeliz se deja vaciar, busca algo con que llenarse, busca otra alma sin saber que nada ni nadie podrá llevar el vacío que el mismo ha generado y no puede ver.
Los infelices suelen creer que la soledad es la madre de todos sus problemas, lo que no pueden ver es que ella es simple consecuencia de cuan insoportablemente cansador se vuelve un ser infeliz. El infeliz, decidido a arremeter contra el mundo, hambriento de algo, ignorante de qué; no puede ver que solo o acompañado la tristeza y la ira no se van... solo consiguen un receptor mas directo.
Y ahí van, deprimidos e iracundos, los infelices de este mundo; retozando por doquier, rociando el universo de un color gris tan apesadumbrado como su propio mensaje de desesperanza.