sábado, 26 de agosto de 2017

Hay gente que no cambia

Hace no mucho llegó a mi la triste noticia de que no siempre que dedicamos el cuerpo a que otro crezca y resigne un pedacito de si por amor eso sucede. Tal vez por la escritura de mi vida (lo que tenemos hasta acá escrito entre los que surcaron mi vida y yo) creo que hay efectos cuando uno dispone de su presencia en la vida de otro con un amor inédito. Y, ¿qué amor no es inédito cuando uno ama a cada uno, cada vez, de manera única e irrepetible?
Sin embargo, frente a la sorpresa de esa diferencia radical que uno puede escribir en la vida de otro hay quienes resisten a ser marcados mediante escamoteos patéticos. Amantes de la cascara vacía que han sabido ocupar, habitar y acrecentar, cualquiera que los invite a un breve paseo donde ella se quiebre recibiran una negativa. Sin embargo, no es la negativa la que indigna. Mas bien es la necesidad de degradar esa invitación, de burlar sanguinariamente la posibilidad de que haya otra cosa que valga la pena amar mas que las insignias que pesan sobre ellos. La opacidad de estos seres es extrema, la transparencia de los afectos los fragmenta, los recluye a guarecerse en sus frivolos espejos y en el peor de los casos a aniquilar al otro en donde encuentran una expresion sincera de 'lo otro' que vive en ellos y ocultan con recelo.

No soy quien para soportar que veas pasar la existencia, no soy quien para quedarme viendote esconder lo mas humano que te atraviesa mientras el tiempo que compartimos pasa para mi (sufriendo cada segundo en el que no llego a vos) y para vos (que cancelas ficcionalmente el avance maquinico que nos acerca a la nada mientras ignoras mi presencia viendo la pelicula repetida de los afectos pasados en mi rostro) por igual (como a cualquier mortal). Deberé aprender que hay gente que solo puede cambiar... de trabajo.