martes, 7 de septiembre de 2010

De soles y estrellas...

Solemos muy a menudo en nuestra vida levantar la mirada al cielo y observar con ahínco al conjunto de cúmulos de materia en estado de plasma que están en un continuo proceso de colapso, las estrellas. Nos resultan fascinantes, atractivas, seductoras, hermosas, pequeños pedazos de una realidad lejana y cercana a la vez, diminutos trozos de luz surcando infinitamente el cielo ennegrecido de la noche, mínimas porciones de la belleza del universo, las pequeñas hijas de las galaxias, todas hermanas y primas entre si, todas sentadas devolviéndonos la mirada desde millones y millones de lugares. Ahí es cuando a mi me gustaría saber si somos realmente nosotros los que las miramos o si, por el contrario, somos objeto de la observación estelar. Por el contrario, jamás nos detenemos a ver el Sol. De hecho, muchas veces él nos obliga a mirarlo a la cara, y nosotros corremos la mirada, o lucimos unos lindos anteojos oscuros para opacar su luz. De niños tal vez le caíamos mejor al Sol, cuando solíamos probar cuanto tiempo aguantamos viéndole directo a los ojos, encandilándonos. En ese momento el Sol, sumido en un espiral de éxtasis, brillaba con más fuerza, halagado de que por unos segundos nuestra atención le pertenecía. A medida que crecemos, dejamos estas cosas atrás y desarrollamos una devoción mas grande por el bronceador y los lentes de sol, él se vuelve esquivo y se consuela con que otros niños volverán a retarse a si mismos a verlo nuevamente a los ojos. Y así, baila la Tierra frente a él, brindándole la mirada de otros miles de niños y la indiferencia de millones de adultos. La frustración mas grande del Sol para con nosotros radica en el hecho de que no lo vemos como lo que es. Es la estrella mas grande (o mas bien la mas cercana) y por eso brilla tanto para nosotros; pero ello no le quita su status de estrella. Su frustración radica entonces en los celos; él es una estrella, sin embargo la única a la que no dedicamos ni dos segundos para verla. El Sol ve como nosotros observamos casi idiotas la belleza de las millones de hermanas que posee muy alto en el cielo, pero no entiende como él, siendo una estrella también, no merece siquiera la mínima intención de querer verlo. Entonces, aparte de los celos, el Sol es muy egocéntrico. Sabe que no es el mas grande pero a la vez cree que nosotros no sabemos que el no lo es. No solo eso, siendo el que mas brilla a nuestros ojos, es un golpe a su frivolidad el hecho de que no le dediquemos nuestras miradas. Pensemos en nosotros mismos ahora. Desde la humilde opinión de este psicólogo barato es muy fácil ver como todos somos, tal como el Sol, soles y estrellas a la vez. A diferencia del Sol, condenado a no ser visto por la cercanía a la Tierra, nosotros controlamos nuestro brillo y, de esa manera, controlamos a quienes nos dedican miradas furtivas. Suele pasarnos que somos estrellas únicamente cuando nos queremos mostrar, cuando queremos que el resto sacie nuestro deseo de admiración, nuestro ego; cuando queremos que nos noten. Ahí, en esos momentos, somos estrellas en el cielo nocturno. Nos dejamos ver, brillamos de manera hermosa y aun así visible. Dejamos que el mundo nos admire, nos cele, piense en nosotros, pidan deseos a nuestro ser. Nos dejamos observar, estudiar. Somos vanidosos, frívolos, tontos y grandes actores, personajes eternos. Por el contrario, hay partes de nuestro propio ser que no queremos develar, porciones de nuestra persona de las que no nos enorgullecemos, pequeñas o enormes características que nos provocan rubor. Para ocultar esto, nos volvemos soles. Empezamos a brillar por demás, a propósito, para que el resto baje la mirada, queremos que dejen de mirarnos, para que no puedan vernos. Nadie podrá saber quien eres si solo ve eso que es hermoso en ti. Aquello que te causa vergüenza es tan parte de ti como lo que no, no es justo que le niegues tu entereza al mundo, pues es lo mismo que mentirle. Y aun así, somos tan histéricos, celosos y vanidosos como el Sol; pues una vez que hemos comenzado a brillar enceguecedoramente nos vemos sometidos a ver como todo el resto del mundo que antes, cuando estrellas, nos miraban; ahora corren la mirada hacia otras estrellas que si se dejan ver, y los celos nos carcomen. Vivimos entonces los seres humanos entre los celos y la vanidad; entre la luz de la noche y la luz del día; vivimos siendo hermosas estrellas y miedosos soles.

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