Era un día de bastante calor, cercano al final del verano. Era fin de semana, en esa vertiente rara que tenía Tute de vivir: laburando. El calor le gusta, siempre, pero es cierto que el cansancio y el sudor molestan a cualquiera. Decidió prender la ducha tras tomar un vaso de cerveza helada que hacia comprado antes de irse de viaje para tenerla a su retorno. Llamada mediante, comienza a vestirse de galas nocturnas para compartir una copa en terreno completamente desconocido. Sus alpargatas siempre le dan un aire aniñado del que suele abusar con cierto descaro. Su camisa esa noche hacia juego con absolutamente todo.
No podré nunca decir si fue mi barba canosa, mis ojos claros o el vino, pero sí que algo de todo eso lo convocó a volver una y mil veces a mi cama. Venía de a ratos, en escapadas, siempre corriendo de un dia al siguiente, siempre movilizado por algún decir. Fue prolongado y fugaz, ambas a la vez, tal como él. Era dulce verlo llegar, arrojar todo y descansar en mis besos. Me enamoré de que eligiera mi morada para habitar, para calmarse, para llorar. Me conmovió que encontrara otro tempo tocando sus instrumentos con mis partituras.
Y si, me dolió verlo partir a cantar sobre otro pecho, pero lo entendí. Ruego alguna vez volver a escucharlo reir de mis tonteras, y que me enseñe cosas complejas que sólo el y su alma de filósofo entienden. Deseo que un dia llegue otra vez por esa puerta a romper mi inercia con su palpitar acelerado y su forma de ser jugada. Espero, casi todas las tardes de calor intenso y molesto, que un llamado mío lo haga vestirse de noche y acudir a mi encuentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario