viernes, 27 de noviembre de 2015

Tiempos construidos, nunca compartidos

El tiempo es una construcción y, de hecho, es una que surge con la construcción misma. El tiempo es una cosmografia, es una de las maneras con las que hemos dado a escribir la existencia en este mundo. Muchos intentan restarle sentido a este factor inexorable basados justamente en su artificialidad y aun asi, como la mayoría de las cosas sin sentido, el tiempo tiene un sentido: el progrediente. Nuestra intención al inventarle al tiempo su nombre es justamente sacar del medio lo que mas fuertemente nos golpea de él. Hemos ficcionalizado la eternidad donde solo existía un movimiento imposible de detener. Inventamos la capacidad de ponerle pausa a lo que no la tiene. Y surgen asi los usos del tiempo: el aburrimiento y la distracción como las formas privilegiadas de perderlo, la planificación morosa que - en una interesante torsión - lo adelanta para no llegar a él (al menos no con el corazón al descubierto), los desencuentros en cuanto modo de que se nos escape de las manos, la cita que lo detiene, localiza y aparta, los "demasiado pronto" que nos demoran, los "demasiado tarde" que nos aniquilan, etc. El tiempo pasó de ser un movimiento silencioso y decidido a tener un nombre y luego, usos en consonancia con nuestras grietas e indecisiones. 
Le hemos exigido se encarne en algún objeto que, en general, cumple con una característica central: hay algo cíclico en él. ¿Pero es acaso el tiempo cíclico como su objeto? Si hay algo de real en el tiempo, algo de inevitable, algo de indecible es que es discontinuo. Su discontinuidad esencial radica en la simple razón de que él avanza sin volver, no detiene su curso. Es este incesante ser del tiempo el que hemos tratado de asfixiar en relojes. Y ellos tanto han creído nuestro cuento imaginario de que son sus amigos que han instalado un agujero en nuestra ficción para alojar lo discontinuo. Lo cíclico, nos suelta la mano a las locuras de época y se alinea con lo real, que nos escenifica obscenamente en cada movimiento de nuestra creación. La arena que pasa por el orificio nunca lo hace de la misma forma y una vez cada tanto todo debe darse vuelta. Las agujas y los numeros vuelven una y mil veces a pasar por los mismos lugares y, sin embargo, siempre con un trayecto adicional en su haber. 
La percepción de esa inexorable imposibilidad de volver hacia atrás del tiempo es la sensación de la angustia sobre el cuerpo. Esa es nuestra señal de que el tiempo pasa y sin retorno. Podemos sufrirla, acallarla, anesteciarla, obviarla, taparla con nuestros usos fantasiosos del tiempo. Por no saber usarla es que la perdemos como trampolin que nos liberaria de nuestros des-tiempos. Huimos de ser seres en el tiempo hacia la eternidad inexistente de los sueños y bien sabemos que no hace falta dormir para soñar. Lo que intentamos obviar es que para vivir es necesario, ocasionalmente, despertar.

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