Llovía, pero no llovía. Era llovizna. La más tierna, la más finita. Miraba para arriba, y veía las gotitas humedecer el lente. Los antebrazos apoyados en la valla de madera de la obra. Respiraba hondo, llenando la panza con aire azul y pensando en una pared pintada de blanco... como en teatro. Me preparaba. No sabía por donde, ni en que momento, asi que mientras escuchaba música.
Cuando apareció fue decepcionante como toda realización. En el segundo en que conseguís lo que querés te desilusionas que ya no lo podés querer mas. Y entonces grita, bien desde adentro, a viva voz: ¿estás seguro? No. No lo estaba. Pensé: ¿no lo puedo querer más? Si no lo puedo querer más, lo querré distinto; pero esto de quererlo me cerraba (mas bien abría). Es como un cosquilleo que no encuentra cuerpo, es como ese movimiento que nace de la total quietud. Es el sentido que se surge cuando las cosas perdieron toda cordura. Es el amor que suple como puede lo que no hay. Relación no hay, pero podemos ensayar una que supla esa ausencia. Y otra vez metido en un ensayo, otra vez metido el actor. ¿Como decir que no se juega el amor si el actor ya salió a jugar? Es como cuando tratamos de separar agua y aceite con las manos. Siempre algo queda. En la separación, en las manos, en la mesa, en el recipiente. Siempre algo queda. A mi me quedaron ganas, que son como motores. Me quedaron ganas que son en mis manos, en mis piernas, que me demandan demandarte. Porque ante todo, uno se para en la demanda. De amor, claro.
Sos como luz... y eso que estaba lloviendo y era tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario