lunes, 20 de junio de 2011

La historia...

Siempre fui muy bueno para historia, y siempre la detesté. No es la primer cosa en mi vida para la que incluso teniendo facilidad me es complicado seguirle el tranco por falta total de interés. Nunca me acorde una puta fecha, mas que las demasiado esenciales. En la escuela siempre hablamos de procesos, de crisis, de cambios sociales, políticos y económicos (frase vacía y chamuyera perfecta para rellenar respuestas de examenes), pero no tanto de fechas.
Ahora bien, en mi vida cotidiana siempre fui genial con las fechas. Este año me flaquea la memoria y me he olvidado de casi todas, pero siempre fui el tipo que se sabia las fechas de cumpleaños de todo el mundo, que tenia marcados los hitos de sus amistades en el calendario, que se aferraba a las fechas. Y si me preguntas, no es lo que tengo en común con mis amigos lo que me une a ellos, sino mas bien la historia (y laS historiaS, plural) que compartimos lo que nos mantiene unidos.
Analizándolo en terapia me di cuenta de la verdadera base de mis amistades, y no me es sorprendente su relación con mi historia... una historia que los precede, una historia que nos precede como amigos y que me precede a mi como este que soy hoy. Mucho antes de quinchos y pinos, de tareas y música estruendosa, muchos antes de mates y perros gigantes, de fiestas y alcohol, de mudanzas y vivencias compartidas; allá, lejos, antes de mis locuras mas profundas, de mi vegetarianismo, de mi vida en la trasnoche, del ingles y la psicología. Allá donde solo mi memoria llega, recuerdo las exigencias que nunca pude cumplir y que fundaron mi super yo. Recuerdo el precio que pague para ser quien fui y quien soy, me rehúso a seguir garpando por lo que no me corresponde. Allá, en la fundación de los preceptos que rigen mi moral, se fundó también la configuración de mis relaciones futuras. Yo solo tenía que esperar que llegaran a mi vida esos que cumplieran con lo que yo no podía cumplir, esos que cuadraran perfectamente con como mi vidrio se rompe, con mis grietas, mis carencias.
Y llegaron. Llegaron, se acomodaron y me permitieron desplegar mis síntomas, mis mas rebuscados y creativos síntomas. Síntomas que son conductas que aparentan ser inofensivas, conductas de boy scout, que me destruyen, que me mantienen en la enfermedad, que gritan las verdades que yo no quería siquiera suspirar, síntomas que cuentan la historia que yo nunca le relate a nadie... hasta hoy.
Hoy esta afuera, hoy la historia la conté, hoy empece a desenredar los hilos lógicos de esta neurosis que flagela mi existir y me obliga a encerrarme y gozar mi sintomatología en un silencio gritón. Hoy entiendo lo que ocultaban las historias, ambas. Hoy que lo entiendo surge una de las preguntas de las que tal vez he estado huyendo, una pregunta de la que no quiero saber nada, pero que ya se formulo y exige respuesta...

                    ¿Que pasa cuando la historia deja de pesar en la espalda?

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