Nadie puede volver el tiempo atrás, mover distinto las piezas tratando de evitar el jaque mate que ya sucedió, nadie puede reparar por completo un error, es inevitable que existan consecuencias. Mas aun, es inevitable que todo esto nos duela en ese lugar mas allá de nuestro ser. Parece que a veces duele mas el orgullo que el alma, pero ello es solo un espejismo. La que agoniza es el alma, y no por cuanto han ultrajado nuestro ego, sino por cuanto nos resistimos al perdón.
Resistirnos al perdón es resistirnos a una cura, es prolongar el dolor, es masoquismo. Solo cuando estamos dispuestos a dejar ir la equivocación, dejar que tome su curso; a asumir las consecuencias de la misma y, aun, poder mirar al otro y encontrar que el amor pesa mas que el propio orgullo, es que realmente perdonamos. Envueltos en el dolor y la ira equivocamos la conclusión, usamos la salida fácil y nos arrojamos al rencor. Llorando desconsolados no podemos ver mas allá de lo sucedido, anestesiamos el cuerpo para no sentir dolor y no sentimos amor tampoco. Cancelamos todo lo bueno de algo por un tropiezo. Nos negamos nuestro paraíso por ese cachito de infierno que cada tanto nos toca.
Perdidos en nuestro ego lastimado, tomamos como consejera a la conciencia (que de conciente no tiene ni el nombre en momentos de alto estrés), evitamos la cursilería y nos enfriamos creyendo que una Antártida montada en el corazón hace que todo duela menos sin ver lo obvio:
Solo la calidez del amor de aquel que se permite perdonar es la que puede sanar las heridas que nos propinan tanto dolor. Solo aquel que puede amar mas al amor que a su propio ego puede perdonar.