Lo empecé a reconocer en el vagón todos los jueves por sus zapatillas. Me sorprendia lo prolijas que estaban, pero él en general: su morral, su rostro, la forma en que su incipiente bronceado armonizaba con el color de su remera. Me daba miedo mirarlo por demasiado tiempo pero estaba atrapado en su arquitectura.
Siempre lo perdía en la Biblioteca Nacional. En el camino ahí desde la boca de subte pareciamos dos tontos jugando a pasarnos, acelerando el paso y esquivando transeuntes.
Siempre fui cachibache. Mis zapatillas lejos estaban de llamar la atención de nadie, usaba una joggineta los jueves para estar cómodo en el trabajo y mis remeras eran básicas o ridículas, jamas un punto medio.
Lo imaginaba escuchando rock clásico o algo instrumental pero me daba verguenza escuchar cumbia como suelo hacer en la calle asi que siempre ponia otra cosa cuando estabamos juntos.
Fue un mito... mi cuento de los jueves antes de entrar a trabajar. Nos repetimos una vez por semana. Rompo el hielo mirandole las Vans bordó mientras él juega a ignorarme y cambia de canción. Lo miro sólo si no me mira, intento provocarlo y no me sale. Soy torpe, tal vez miedoso, idealista.
Estos fundamentalismos chotos de la corporación julivudense te arruinan los lentes de la perspectiva en el romance. El grueso de nuestra relación, secreta para el, es nuestra carrera en caminata y; nuestra separacion es estupidamente la misma cada vez y sin razón algún. Así, sucesivamente, me pregunto cada jueves cómo puede uno extrañar a los extraños.
Nervios, ansiedad, ilusión, miradas tímidas, sonrisas disimuladas... que bonita sensación cuando se nos escapa el corazón tras los pasos de algún extraño.
ResponderEliminarMuy lindo el texto. Saludos!