"Ah, ¿pero no sabias? ¡Se murió!" Cae un teléfono en la fantasía, realizando la escena perfecta de alguna película jolivudense. En la escena de verdad alguien se aferra al teléfono para no caer desplomado al piso. Qué raro resulta a veces aferrarse a cosas de las que en realidad uno mismo es soporte.
Vuelven fotos. Estamos en su casa, él grita que no quiere irse pero encuentra en mis ojos la limitación que lo ancla a una debacle. Fui espejo de la desgracia mas grande de su vida, presencia que convalidó que la decisión no era suya ni tampoco la mejor. Y allí se embarcó entonces en oponerse con todo lo que le quedaba de existencia a esos mandatos de los militantes del bien. Puso su cuerpo como apuesta en la ruleta y nunca fue un tipo con suerte.
Ni un bastón le pudieron dar. Porque ellos, los burócratas, solo entienden de papeles, de cosas vanas, de prácticas adultas y sellos, de sobres de colores, de formularios y mas formularios. Ellos no se conmueven cuando aparece la necesidad en un cuerpo que les tiembla enfrente, que no goza del equilibrio que supo tener, que no soporta en pie la espera que supone ese numerito verde, sus líneas amarillas del piso ni sus 30 a 90 dias hábiles. Los burocratas nos tienen presos de su propia esclavitud.
No lo supieron cuidar con su cuerpo de abuelito. Y es que un abuelo no necesita geriátricos nada más, sino nietos (o gente de buena madera que oficie de tal) a quién contar sus historias y muchisimo respeto. Él necesitaba la sorpresa que le regalabamos tras de cada relato. Él necesitaba un poco de amor del bueno y alguien que escuchara. Nos llenó de magia, pero el totalitarismo berreta de las instituciones asilares lo apagaron.
Al verme se arrima con los brazos extendidos, nos abrazamos y dice: '¡eh flaquito! ¿me extrañaste?'. Salimos a tomarnos el tren porque a Fulanita le dió pereza cambiarlo de banco y tenía que cobrar a hora y media del agujero donde lo depositó Menganito (hermano de Fulanita en el discurso del 'marchen'). Lo apuraron tanto que no se abrigó bien, pero no importa porque mi garganta no necesitaba mi bufanda. Por tantas pelotudeses me quedo afónico...
Qué sorpresa esa mirada cuando me agradecía un chocolate que le regalé. Y es que, claro, ¿cómo no te emociona el chocolate, pibe? A mi me gustaba mirarlo mirar el paisaje mientras me preguntaba en qué pensaría tras cada estación. Por momentos veia alli retazos de recuerdos de otro viejo importante de mi vida.
Su mayor aspiración era ir a un bazar gigante y a los locales baratos de algunas zonas donde todo abunda para invertir unos mangos. El era sencillo, noble, solidario... un tipazo. Jugaba con los nenes en los transportes públicos, haciendoles morisquetas que me hacian reir hasta a mi. Pero esas cosas no entran en los papeles, no te las certifica nadie, mueren sin encarpetarse en el fichero de alguna Sultanita... y menos mal.
Casi no te miraba cuando perdía estabilidad. Agradecía en silencio que le tendieras la mano y no dijeras nada. Sostener, solo sostener. La ultima vez me dijo 'gracias por los servicios prestados' en chiste, mientras me devolvía mi campera y me abrazaba, al parecer muy lento para la enfermera que quería cerrar la puerta.
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'¡Eh flaquito! ¿me extranaste?'. Te lo prometo Enrique.
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