domingo, 29 de septiembre de 2013
Conspiro contra mi, contra estos dedos que son tan ajenos de mis actos; contra estas cosas que me pasan pero no pasan, solo se actualizan; contra esta voz que se pierde cada tanto para emparejarnos los silencios, que se pierde para no cantarte las verdades, que se pierde para dejarte cantar a vos que no querés cantarme, para dejarme a mi mudo de lo que no quiero decirte en el miedo de creerte capaz de irte un feliz día por la puerta dejándome los regalos que no te pedí nunca porque lo que quiero es que me regales lo que no hay, o que le regales a la alteridad más radical, eso es lo que te pido a gritos... privame. Privado de vos te deseo todos los días más y me enloquezco, y enloquezco al resto, a todo resto de viviente que circunde el universo haciendo de cuenta que puede cuando yo se bien que no podemos ninguno. ¿Por qué subrayar? Porque le divierte a ese no-se-quién que vive conmigo, en mi cabeza, o en mi cuerpo, o en mi casa, o en cada cosa y sufre si lo ignoro porque implica que estoy creciendo y el me tiene de nene, su nene, el que le obedece, aunque no siempre. No siempre arranco de las bocas lo que quiero, pero eso es siempre lo que quiero porque nunca nada es suficiente jamas, porque nada llena la panza del soñador pero todo la alimenta... mucho mas lo que falta. Falta alma para soportar lo que nos falta y faltan ángeles en el cielo para perdonarme a mi por pedirte sin darte la chance a que me des lo que quiero y a vos por caer en mis trampas todas y que aun asi no hagas mas que hacerme sufrir a mi lo que a vos te correspondería. Idiotas todos, pero hijos de puta unos pocos. Nosotros, mi amor, somos dos personas demasiado jodidas. Yo mas que ninguno, pero cada vez mejor.
jueves, 26 de septiembre de 2013
Uno (más).
Aparece la hora. Esa. La última. Preferiría el tono. Preferiría escuchar algo a ver esta suerte de nada que se disfraza de número. Número que desde lo más paupérrimo, desde lo más patético, se burla. Y si... tiene razón. Llueve. Y yo, que lo hago reír al número, miro como el ventilador junta polvo. Miro como se descascara la pintura del techo. Escucho el ascensor. Espero. Perplejo, espero. Ilusionado, espero. Enojado, espero. Idiota. Cuando todo es igual, todo es uno. Ese uno que no hace ni "un, dos, tres", ni "cuatro, cinco y seis". Ese uno que no baila, pero goza. Ese uno que siempre uno, siempre solo, siempre hace lo mismo, una vez, y una vez (más)... Y entonces oigo la puerta. Espero. Y no era nada. Y lloro, un poco, dándole la espalda. Decido levantarme, re-armarme... amar(me). Hago que ordeno. Hago que hago, pero no hago. No hago. No estoy. No pienso... no pienso más, ni pienso mejor. Si pensara, más o mejor, no me sentaría cada tanto en la silla de madera, La silla, MI silla; a esperar que aparezca cantando. Y me acuerdo un poco y siempre cantaron. "¿Sabias? Siempre cantaron. Pero por primera vez alguien toca la guitarra." Le charlo al reloj ya. Y él ya no se ríe. Se ve que le caí bien. Se ve que caí bien... al fondo. Yo siempre me creo fondos más hondos, de eso no tengo dudas. Si no, ¿qué otro lugar podría darte? Son mis fondos. Son las canciones que me mienten. Son voces que me hablan cuando no hablan las entidades reales que portan cuerdas vocales que desperdician vibración habiendo tantos mudos con tantas cosas más importantes, más lindas, más justas que decir. Pasos. Sh! Silencio. No. No es. Enmudezco. Pierdo la voz. Todavía me queda esa fantasía tonta de que si dejo ir la voz, en una de esas no te pierdo a vos. Todo de gusto. Me tiro en la cama de nuevo. Cada tanto vuelvo a mirar... y aparece la hora. Esa. La última.
Vuelve a empezar... una vez (más).
Vuelve a empezar... una vez (más).
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